Los
derivados cumarínicos, conocidos más comúnmente como
Anticoagulantes Orales, fueron descubiertos en la primera
mitad del siglo pasado en relación con una enfermedad
hemorrágica del ganado vacuno. Pronto se dieron cuenta del
beneficio que podía tener su uso en la clínica humana en la
prevención de la enfermedad tromboembólica tras sobrevivir un
marino a un intento de suicidio con wafarina.
En los años 80, la
estandarización de los reactivos para su control y la
introducción del INR (International Normalized Ratio) para
expresar los resultados del tiempo de protrombina, incrementaron
enormemente su eficacia y la seguridad de su manejo, ampliándose
el abanico de indicaciones y la edad de los posibles
beneficiarios.
A pesar de
todo, el estrecho margen terapéutico de estos fármacos, sus
interacciones farmacológicas, su comportamiento dependiente de
las características individuales, hacen que su beneficio se vea
ensombrtecido por la aparición de complicaciones. El control de
esta terapéutica por parte del especialista no es suficiente si
no va acompañada de una educación sanitaria adecuada del propio
paciente y de una estrecha colaboración con el médico de
Atención Primaria y demás especialistas que van a tomar parte en
el tratamiento de estos pacientes.
El incremento de la población anticoagulada, que representa el 1% de la población total de un
país, hace necesario insistir en la conveniencia de difundir
aquellos aspectos de los anticoagulantes orales menos conocidos,
desmitificar su utilización y prevenir la aparición de
complicaciones evitando los factores de riesgo.
Se designa
con el nombre de Paciente Anticoagulado a toda persona
que está siendo tratada con fármacos denominados anticoagulantes
por haber sufrido o estar en riesgo de sufrir un episodio de
trombosis o una embolia.
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